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Ahogados por la deuda

En el siglo XVI, España era la primera potencia mundial: dominaba media Europa, imperaba en el Mediterráneo y acababa de descubrir América y de dar la primera vuelta al mundo.

Y quien desalojó a España de ese puesto de honor no fue ninguna potencia competidora, sino un enemigo mucho más insidioso: la deuda pública.

Resulta curioso examinar las cuentas del reinado de Felipe II, porque señalan perfectamente el origen del problema. Al subir al trono, los ingresos y los gastos de la Hacienda real estaban prácticamente equilibrados y eran de unos 3 millones de ducados al año. En las cuatro décadas siguientes, Felipe II consiguió multiplicar los ingresos por tres, hasta los 10 millones de ducados. Pero los gastos se multiplicaron por cuatro, alcanzando los 12 millones de ducados en 1598. La deuda real, que era de 14 millones de ducados en 1554, subió de forma lenta y constante hasta llegar en 1598 a los 80 millones, es decir, seis veces y media más que los ingresos anuales. En el momento de morir Felipe II, el 37% del presupuesto se destinaba a pagar los intereses de la deuda, que no podía sino seguir creciendo indefinidamente, porque el déficit anual (la diferencia entre los gastos e ingresos del Estado) era del 20%.

¿Y cómo es posible que el gasto estuviera tan desbocado? Pues, de nuevo, las cuentas de Felipe II nos dan la respuesta. A la muerte del rey, un 45% de los ingresos se iba en pagar intereses de la deuda; un 34% en las guerras de Flandes; un 33% en el resto de gastos de defensa y solo un 8% en gastos de administración y corte. De no haber sido por las guerras de Flandes, cuyo gasto se disparó sobre todo a partir de 1580, las cuentas hubieran estado equilibradas, incluso a pesar de los astronómicos intereses de la deuda.

Con esos mimbres, era imposible que España no entrara en decadencia. Los sucesores de Felipe II tuvieron que lidiar con un presupuesto imposible, donde era necesario pedir nuevos créditos simplemente para poder pagar los intereses de los anteriores. En 1623, la deuda llegó a los 112 millones de ducados; en 1637, a 128 millones; en 1667, a 183 millones; en 1687, alcanzó los 222 millones de ducados. Los intereses de ese año 1687 fueron equivalentes a lo que Felipe II ingresaba anualmente por todos los conceptos en el momento de morir.

No fueron las armas, ni la Leyenda Negra, ni ninguna supuesta falta de emprendimiento, ni nuestra manera de ver el mundo, ni nuestra incapacidad diplomática, ni la Contrarreforma, lo que hizo perder a España su posición de predominio.

Lo que nos destruyó como potencia fue olvidar un concepto que cualquier familia en todo el mundo tiene presente desde que se levanta hasta que se acuesta: que si los gastos superan sistemáticamente a los ingresos, es imposible evitar la ruina.

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