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Juan Manuel González

'Todas las canciones hablan de mí': Woody Allen y comedia madrileña

Póster Todas las canciones hablan de mí

Para su debut en la dirección, Jonás Trueba ha elaborado una historia romántica que es más la crónica de una ruptura que el convencional chico-conoce-chica. Si bien, a diferencia de la norteamericana 500 días juntos, el español opta por una narrativa menos convulsa y definitivamente más melancólica que la de la cinta norteamericana.

Trueba aborda en Todas las canciones hablan de mí una suerte de retrato generacional, donde las canciones y los libros forman parte integrante de la acción. Y consigue crear un trasfondo culto pero sencillo que es lo mejor de una película que acaba resultando todo un canto de amor a una ciudad (Madrid, retratada como urbe urbe de cafés y librerías) y una generación quizá algo indolente, pero finalmente entrañable.

El problema del filme es que su desarrollo, dividido en innecesarios capítulos, es más errático de lo que quiere aparentar. Trueba utiliza, además, los mismos recursos que las comedias románticas más convencionales -no falta el amigo divertido, que ciertamente proporciona momentos de asueto, interpretado por Bruno Bergonzini- pero vestidos convenientemente de otras galas, como lo demuestra ese final abierto y libre a interpretaciones. La historia, en definitiva, no acaba de estar bien centrada, y la pareja principal tampoco resulta especialmente atrayente, pese al buen hacer de Barbara Lennie y Oriol Vila.

No obstante, Todas las canciones hablan de mí resulta un apreciable debut y un válido rejuvenecimiento -quizá involuntario- de aquella comedia madrileña que cultivó el mismo Fernando Trueba, padre de Jonás, sólo que ahora remozada con un tono alejado de la comedia clásica americana y más beneficiario del primer Woody Allen y el cine de autor europeo, aunque con un tono afable y menor que la hace apta para todos.

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