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Póster Si de verdad quieres...

La llegada a las carteleras de una cinta como Si de verdad quieres resulta doblemente bienvenida. Por un lado, la cinta dirigida por David Frankel (El diablo viste de Prada) es un melodrama bastante clásico en forma y fondo, al margen de modas y estudios de mercado, protagonizado por dos actores veteranos que parecen conocer hasta el último recoveco de la historia que representan, por muy menor y anecdótica que pudiera parecer.

Y por otro, y subrayo, la película es un melodrama adulto al que, pese a su tono ligero y hasta cotidiano, no le duelen prendas en tocar un tema muy alejado de los intereses de Hollywood actual, absolutamente concentrado en satisfacer al público juvenil con espectáculos de acción digital y comedias románticas sin ningún carácter (dejo al margen la comedia gamberra, que me parece uno de los géneros más fecundos de la última década). Un sector, el juvenil, al que probablemente le importa un comino el tema de la cinta, el de la crisis de una pareja sexual y de convivencia de una pareja madura, y que además es el que, precisamente, está abandonando las salas de cine en beneficio de la pantalla del ordenador (y qué quieren que les diga: allá ellos y mejor para mí, que no tendré que soportarlos en la sala de cine).

En si de verdad quieres, Meryl Streep y Tommy Lee Jones interpretan a Kay y Arnold, un matrimonio aparentemente feliz que no lo es tanto. Ambos llevan más de 30 años compartiendo sus vidas, y el síndrome del nido vacío parece afectar la convivencia, apacible pero distante, de la pareja. De modo que Kay, antes de acabar el primer acto de la cinta (porque no se engañen: el devenir de Si de verdad quieres es totalmente convencional), toma una decisión trascendental: llevar a su renuente y gruñón marido a la consulta del doctor Feld (Steve Carell), un terapeuta sexual que acoge a la pareja en su consulta de un idílico pueblecito de Maine (estado que, por cierto, me gustaría visitar en algún momento, simplemente por se capaz de acoger tanto las narraciones de fantasía de Stephen King como las de un melodrama como Si de verdad quieres).

Lo malo que tiene Si de verdad quieres es la escasa decisión de su realizador por el drama o por la comedia, que delata una excesiva complacencia con ese espectador adulto... que es -precisamente, estoy seguro de ello- mucho menos conservador de lo que aparenta y de lo que cree el propio Frankel. Ese respeto excesivo, su renuncia abierta a hacer gags o incluso apelar a la angustia, situa Si de verdad quieres en un indeciso terreno intermedio entre lo cómico y lo dramático, una zona de seguridad que Frankel rara vez trasciende, temeroso de perder la elegancia o el favor del público veterano. La escasa valentía del director y la recurrencia a ciertos estereotipos de autoayuda del guión de Vanessa Taylor (autora de los libretos de un par de episodios de Juego de Tronos) empañan algo el resultado de la cinta, que no obstante es, como decimos, toda una rara avis en el panorama hollywoodiense.

Lo que sí hace Frankel, y muy sabiamente, es confiarse totalmente a sus actores, y con semejante plantel a ver quién le tose. A Meryl Streep le basta con una mirada para transmitir los treinta años de matrimonio de su personaje en un puñado de fotogramas. Instantes como aquel en el que Kay mira a su marido desayunar, casi al principio del filme, o ese otro en el que el doctor Feld pide a la pareja que se abrace, y que Frankel centra en la reacción de Streep, delatan la buena puntería de ambos. Y qué decir de Tommy Lee Jones, con su eterno rostro pétreo y actitud malhumorada, que le mantiene la mirada a la diva con el desahogo y facilidad de otro gran intérprete. Atención, por último, al estupendo Steve Carell, quien cede el protagonismo a la pareja y con ello da un paso adelante en esa anunciada conversión a actor dramático en la que el actor de The Office parece seguir los pasos de Tom Hanks (y si hay suerte de aquí a unos años caerá una nominación al Oscar, tómenme la palabra): su mirada comprensiva pero a la vez determinante resulta cada vez más matizada, y no creo que exista ahora mismo ningún intérprete, dramático o cómico, capaz de transmitir una afabilidad casi contemplativa como él, por muy desaprovechado que su personaje esté en el guión de una cinta plácida y apacible.

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