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Juan Manuel González

'Oz: Un mundo de fantasía'

Póster Oz, un mundo de fantasía

Tras la figura de Sam Raimi se esconde un director todavía infravalorado. Salido de la cantera de realizadores de terror de los ochenta, su trabajo con la mítica trilogía Evil Dead es un ejemplo de cómo lograr que cada secuela sea muy distinta (y aún más alocada) que la anterior. Una tarea, la de realizador de horror, que compaginó con películas de fantasía de una precisión admirable como fue el caso de Darkman, y que de tan singular todavía se sobrepone a sus logros como realizador dramático (Un plan sencillo), romántico (la mediocre En el amor y el juego), de western (la curiosa Rápida y mortal) e incluso con la de hacedor de blockbusters como las primeras entregas de Spider-Man (la segunda, una culminación en el género; la tercera mejor olvidarla). Ahora, y tras el impasse terrorífico y brillante que supuso la diabólica Arrástrame al infierno, un recordatorio dedicado para sus fans, Raimi afronta Oz: Un mundo de fantasía, su primera gran producción para la factoría Disney, abordada por el realizador en unas condiciones muy similares a la discutida Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton.

Y es que esta Oz: un mundo de fantasía, además de una precuela indirecta al clásico protagonizado por Judy Garland y adaptación de la serie de novelas de L. Frank Baum, es ante todo una película con vocación de clásico Disney, no una muestra del músculo narrativo y visual del cineasta. Raimi parte limitado, o más bien condicionado, por las exigencias de la enorme maquinaria de la factoría, es decir, la voluntad de elaborar un filme destinado al público familiar basado en un abundante material previo, y que además recaude cuantos más dólares mejor. Unos elementos que Raimi abraza encantado durante la mayoría del metraje (más que algunos de sus críticos, me temo) y que durante gran parte del tiempo no representan obstáculo alguno para el realizador.

Oz: Un mundo de fantasía comienza como una simulación nostálgica muy al modo de La invención de Hugo y The Artist y continúa como un esplendoroso, colorista y sensual espectáculo digital y tridimensional de última hornada. El primer cuarto de hora de la película presenta el personaje de Oscar "Oz" Diggs (James Franco), un feriante de tercera acosado por las deudas y las mujeres, en blanco y negro y en un ratio 1.33:1 (formato que enfatiza el 3D, no me pregunten por qué) y que es trasladado a Oz tras ser absorbido por un tornado... momento en el cual la imagen se expande hasta el formato panorámico en un momento simplemente esplendoroso. Raimi realiza esa transición con brillantez, naturalidad y talento. Y lo que ocurre tras este momento sólo merece el adjetivo de exuberante, entretenido y brillante... aunque también menos emocionante de lo debido.

Y es que, al igual que en el viaje al país de las maravillas de Tim Burton, en Oz: un mundo de fantasía la suma de todo ese esplendor tampoco da lugar a una película emotiva. Raimi demuestra haber retenido la artesanía y capacidad de observación necesaria para tratar de realzar todos los momentos, tanto los íntimos como los épicos, entendiendo la naturaleza de la fábula y las analogías de la fantasía de L. Frank Baum (al fin y al cabo, Oz es un viaje al interior tanto como a un país mágico de baldosas amarillas). Y lo refleja en escenas concretas: el enternecedor hallazgo de May, la diminuta muñeca de porcelana, el juego de identidades entre las tres brujas (Michelle Williams,Mila Kunis y Rachel Weisz), que añade complicación y ciertas dimensiones al relato, por no mencionar la llegada al reino y el desenlace de la historia, toda un exaltación del artificio cinematográfico y la imaginación, como también fueron La invención de Hugo y The Artist. Raimi también encuentra momentos para el autoguiño, como en las escenas que transcurren en el bosque oscuro, o poco después en esa panorámica en el acantilado (que remite a un plano que recordamos los fans de Terroríficamente muertos).

No obstante, hay algo que se escapa en Oz: un mundo de fantasía, quizá enterrada entre el exceso visual, necesidades industriales y los desequilibrios del, por otra parte, voluntarioso libreto. Hablamos de verdadera magia, de ilusión, de ese "sense of wonder" que Victor Fleming o hasta el buen cine Amblin no tiene problema en exhibir. Aún así, notable película.

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