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Póster La fría luz del día

Henry Cavill interpreta en la La fría luz del día a un turista norteamericano que pierde el rastro de sus padres durante unas vacaciones en España. Por el camino, y en una carrera apresurada por las calles de Madrid, descubrirá que su progenitor (interpretado por un desganado Bruce Willis) no es exactamente quien decía ser, y que tiene apenas unas horas para rescatar a su familia antes de que se consume una conspiración internacional.

Esto es a grandes rasgos lo que nos propone la película segunda película del realizador de origen argelino Mabrouk El Mechri, responsable de JCVD, la afamada cinta de culto en la que Jean Claude Van Damme se interpretaba a sí mismo, y que aquí aborda un thriller de espionaje y acción mucho más plano y funcional, que recurre al escenario madrileño para situar una trama de acción a medio camino entre el suspense de Frenético de Roman Polanski y la acción de la fundamental saga Bourne, que en su tercera entrega, por cierto, también recurrió brevemente a las calles de Madrid como escenario de la trama.

Durante la primera hora de metraje, La fría luz del día trata de intrigar al espectador a toda costa. La desaparición de la familia del protagonista del yate donde pasaban las vacaciones en España deja solo al héroe en lo que para él es, al fin y al cabo, un país extraño. Y aunque en esta ocasión el espectador que vea la película doblada no sienta la barrera del idioma, Mabrouk El-Mechri trata de prolongar esta situación todo lo posible antes de que comience la acción. Desgraciadamente, sus intentos resultan vanos y ya desde el principio se aprecian los problemas de la película, que vienen de un guión apenas esbozado que carece de ironía e inteligencia a la hora de jugar sus bazas, y casi por extensión, con sus propias limitaciones como realizador.

El Mechri no logra acomodar al espectado en el punto de vista de Will, interpretado por el futuro Superman cinematográfico, el británico Henry Cavill, y pese a las bondades del escenario madrileño, excelentemente aprovechado por el diseñador artístico Benjamín Fernández –colaborador habitual de Tony Scott o Amenábar-, también naufraga a la hora de dar autenticidad, paranoia y sensación de peligro al relato de espionaje. Las referencias políticas de la trama resultan ridículas e indisimuladamente ingenuas, y los diálogos tan torpes que actores como tan versados en el género como Bruce Willis y Sigourney Weaver simplemente se resignan a despachar sus líneas con una desgana escandalosa, en el caso del primero, o con la malicia de quien se sabe superior al conjunto, en el caso de la segunda.

La fría luz del día sólo da lo que promete a la hora de las tortas. La persecución final en coche, que culmina en Las Ventas, resulta una eficiente emulación de las resoluciones de la saga Bourne, y El Mechri la filma con la pasión que le falta al resto del guión. También existen otras set-pieces destacables, como esa persecución por las azoteas del centro de Madrid que envuelve a Henry Cavill y la española Verónica Echegu. Pero son los únicos asideros que nos permite La fría luz del día, una cinta cuyo guión necesitaba una, dos o tres reescrituras antes de haber entrado en producción. No entraremos demasiado en los errores de caracterización esperados y esperables en una cinta que, al fin y al cabo, sólo pretende mostrar Madrid como un escenario más o menos exótico e imprevisible para una trama de espionaje. Sí lo haremos con la descarada inserción de publicidad a cierto local nocturno madrileño, que el pobre Henry Cavill lleva estampado en la camiseta durante más de la mitad del metraje.

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