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Juan Manuel González

'Imparable': acción sobre raíles (y perdón por el chiste)

Póster Imparable

El veterano Tony Scott, director de Imparable (estreno 12 de noviembre), ha tenido una evolución singular. El hermano de Ridley Scott, firmante de algunos de los títulos de acción más exitosos de los noventa y ochenta, era considerado apenas un reflejo superficial y esteticista del director de Blade Runner. Pero con el paso de los años y sin cambiar de género, ha conseguido igualar su reputación con la de su hermano, sobre todo gracias a su labor en thrillers tan correctos como Marea Roja, Enemigo Público o la reciente Asalto al tren Pelham.

En Imparable se confirma, una vez más, como un eficaz artesano capaz de extraer toda la miga posible a un guión raquítico. Probablemente sin su mano tras las cámaras, Imparable habría sido poco más que un entretenimiento dominguero de sobremesa, un remedo sobre raíles de Speed ambientado en la América Produnda, que gracias a su nerviosa y energética cámara se convierte en algo parecido a un elemental ejercicio de estilo de pura acción.

Scott mete la directa desde el comienzo convirtiendo Imparable en un filme que funciona exactamente igual que la máquina sin control que la protagoniza. Ahí está el mérito de un anabolizado y trepidante actioner que exprime hasta el final una limitada premisa en la que Scott organiza con habilidad, y en ocasiones, hasta mano maestra el sucinto puñado de piezas que componen la historia. Sólo así se entiende la efectividad de las mismas, del ruidoso y prolongadísimo desenlace, o la amena y humorística descripción de las cadenas de mando que reciben la misión de detener el convoy, retratadas como corporaciones incapaces de dar respuesta al ciudadano. Las vagas referencias a la deprimida América de la crisis –con dos héroes anónimos sometidos a ella como protagonistas- sirven al director para aportar retazos de humor y drama, absolutamente elementales pero certeros, como implica toda caricatura que se precie. Imparable es, en realidad, una película desnuda de otros artificios que no sean los visuales, es decir, cine de acción superficial y básico, sin disfraces.

Poco importa que el asunto dramático se agote al poco de comenzar, que los personajes se resuelvan en cuatro trazos, o que las notas de drama íntimo sean inoperantes. Scott lo dispone todo como un mero adorno para prolongar el interés y estirar una trama sustentada en sus habituales y furiosos tics visuales y en pinceladas de humor y drama bastante eficaces. Lo consigue: Imparable puede funcionar, decimos, como un ejercicio de acción a la antigua usanza rodado con músculo videoclipero, un fuego de artificio que, eso sí, carece del octanaje de otros thrillers de Scott como las mencionadas Marea Roja o Enemigo Público.

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