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Juan Manuel González

'El Hobbit. Un viaje inesperado'

Póster El Hobbit: un viaje inesperado

A Peter Jackson, realizador de la trilogía El Señor de los Anillos y también de El Hobbit, a su vez primera entrega de otra serie de tres filmes basados en la mitología de J.R.R. Tolkien, le reconozco varias cosas. Un servidor, admirador de la labor del neozelandés en las tres primeras adaptaciones pero sin excesivos entusiasmos, acudió al multitudinario pase de prensa de El Hobbit sabedor de que 1) la recepción crítica de esta última obra no había sido la de las anteriores (en el momento de escribir estas líneas, sin embargo, su calificación en Rotten Tomatoes es de un estimable 72%), 2) que Jackson se habría "limitado" a seguir los parámetros creados en las anteriores producciones, a hacer un clon de su creación original sin modificaciones sustanciales salvo la adición del 3D y la discutida y discutible filmación a 48 fotogramas por segundo, y 3) la certeza de que la adaptación de un libro infantil en tres gargantuescas superproducciones no haría sino incidir en una mayor vacuidad del relato, al menos en lo referido al enorme despliegue de medios dispuesto aquí, respecto al reducido volumen del volumen adaptado (algo que ha redundado en acusaciones a Jackson de ser excesivamente aficionado al vil metal, por haber dividido el breve cuento en tres largas películas...).

Una vez abordado El Hobbit, resulta francamente difícil desmentir todo lo descrito arriba. Además, y debido a que el pase se realizó en formato 3D convencional, me es imposible comentar los resultados visuales de los anunciados 48 fotogramas por segundo, una técnica -dicen...- llamada a revolucionar aún más la alta definición pero que, según muchos periodistas extranjeros, en El Hobbit aplana las formas y modifica la velocidad de la acción perjudicando incluso la credibilidad de los costosos efectos visuales de la cinta, y llegando incluso a marear al personal. Pero con todo y con esto, Un viaje inesperado resulta una notable experiencia cinematográfica y un espectáculo impresionante.

Si ello ocurre es gracias, de nuevo, a la credibilidad y emoción que Jackson se esfuerza en imprimir a cada instante de la fantasía, incluso a aquellos que, en efecto, acusan cierta sensación de relleno. El Hobbit, digámoslo claro, carece del misterio de la trilogía del anillo, así como del carisma de los abundantes personajes secundarios planteados en aquellas, lo que no ha redundado en una mayor economía narrativa. Algunos pasajes de la historia, como aquellos que implican a Radagast y sus criaturas, bordean la caricatura y parecen obtenidos de un producto infantil derivado de la saga. Y en efecto, Jackson ha planificado, rodado y narrado El Hobbit como si nada hubiera ocurrido en los últimos diez años, desde que concluyó su trilogía original con la premiada El Retorno del Rey (me pregunto qué hubiera pasado si finalmente Guillermo del Toro se hubiera hecho cargo de la cinta, tal y como estaba previsto). Pero, como digo y a pesar de todo esto, es tal el cariño y la felicidad que Jackson imprime a la odisea que todos, incluso los momentos más intrascendentes y cotidianos, y los hay en abundancia (la película, como era de esperar, tarda una eternidad en arrancar) gozan del convencimiento del director.

El Hobbit sufre de unos oponentes convencionales, físicos, que deslucen frente a esa amenaza de naturaleza inmanente e inmortal que, en su momento, representó el dichoso anillo, y que dotaba de poesía y misterio a la historia. Y debido a la citada ausencia de secundarios interesantes al margen de Gadalf y Bilbo, acusa una primera mitad poco cohesionada y ciertamente menos interesante, en la que se aprecia ese temible desgaste narrativo, esa cierta pobreza de ideas. Pero aquí se acaba la crítica. Jackson paladea lo cotidiano, disfruta de cada momento de los personajes, y pese a su necesidad de contarlo todo, encuentra la manera de modular el relato en base a un poderoso clímax de una hora, proporcionando antes que eso momentos y detalles humanos apreciables (se me ocurre, por ejemplo, ese instante en el que Bilbo, un maravilloso e histérico Martin Freeman, se queda solo en casa dando por fin comienzo a la aventura...) y también otros siniestros y fascinantes, y aquí subrayo la excelente y larga secuencia en la que se recobra a un rejuvenecido Gollum, repleta de tensión y humor.

Todo confluye, como digo, en una última hora simplemente sensacional, en la que el neozelandés encuentra la manera de recompensar al público pese a presentar, de nuevo, un relato a medio hacer que al fin y al cabo termina en un cliffhanger. Una vez que el vértigo se apodera de la función, Jackson introduce al espectador en una verdadera montaña rusa de persecuciones y excesos visuales que nos recuerdan el dominio de la tensión del cineasta. Lo dicho, si todas las películas malas fuesen El Hobbit, yo me apunto a todas.

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