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Juan Manuel González

Crítica: 'El Juego de Ender', con Harrison Ford

La adaptación de la célebre novela de Orson Scott Card conserva todas sus claves, aunque se despiste el algunos aspectos.

Póster El juego de Ender
Puntuación: 6 / 10

A mediados de los ochenta, el brillante artesano John Badham dirigió Juegos de Guerra, una brillante aventura juvenil que reflexionaba sobre la Guerra Fría y los avances tecnológicos de su época, la década de los ochenta, que reflejaba tanto los vericuetos del llamado relato de maduración "coming-on-age" como la paranoia previa a la caída del muro. Treinta años después se estrena El Juego de Ender, la adaptación de una importantísima novela de ciencia ficción merecedora de todos los premios habidos y por haber, y por supuesto de grandes ventas y una serie de secuelas. No sé por qué me ha venido a la cabeza la película de Badham a la hora de escribir de esta más que aceptable El Juego de Ender, pero lo cierto es que de la comparación surgen algunas claves para discernir cómo ha evolucionado el cine comercial juvenil en las últimas décadas. Lo que en los ochenta resultaba una dinámica, alegre pero tensa escalada de aventuras para todos los públicos, contada como si de una partida de ajedrez entre niño y máquina se tratase, en esta ocasión -signo de los tiempos- toma forma de tortuoso camino de descubrimiento interior, repleto de amigos pero también de traiciones y accidentes, aportando además de una sombría reflexión sobre la guerra preventiva y el genocidio étnico pasada por el patrón estructural de la saga Harry Potter.

No me entiendan mal: la película dirigida por el sudafricano Gavin Hood, recuperándose aquí del desastre de X-Men Orígenes: Lobezno, cumple con su cometido y lo hace con creces. Su moraleja es indiscutiblemente humanista, poética y bella, al margen de cómo quede plasmada en el largometraje. Y eso que la papeleta no era fácil: la novela homónima de Orson Scott Card en la que se basa tiene su peso específico, por no hablar de un núcleo duro de fans preparados para la polemizar con la pelicula. A buen seguro, lo harán. Además, el camino de la obra para convertirse en largometraje ha sido arduo y complicado.

Que no se nos olvide: la novela de Card, una de las más premiadas y exitosas de la historia del género de ciencia ficción, y por tanto también la película, narra el entrenamiento de un niño de inteligencia privilegiada para convertirse en el salvador de la humanidad en una guerra contra una raza alienígena.

El Juego de Ender llama la atención por la profundidad del retrato heroico y psicológico de su protagonista, casi inédito en una franquicia juvenil. Como si de una rareza Disney se tratase (que las hubo, en gran número), la película de Hood ahonda en la psicología del salvador, erigido como torturado destructor de especies, en una nueva muestra del blockbuster de ciencia ficción redencionista tan en boga en estos días, esta vez versión adolescente torturado. La primera sección de El Juego de Ender es, en este sentido, la mejor, y pese a la escasa enjundia que alcanzan algunas de sus estimulantes propuestas durante su desarrollo (la amistad de Ender con Petra, e incluso con algunos de sus maestros), al menos sirve como puente para estimulantes secuencias de acción que engrasan bien el relato, hasta llegar a ese largo desenlace que alberga la gran sorpresa de la película (aunque también un anticlimático final).

Lo que aporta dinamismo y verdadero interés a la producción, aparte del previsible despliegue de medios y la música de Steve Jablonsky (que brilla en casi todas las secuencias de entrenamiento) son las interpretaciones de Asa Butterfield y Harrison Ford. El primero, mucho más crecido desde la reciente La invención de Hugo, se introduce en todos los recovecos del personaje y, como diría el propio Ender, llega a amarlo incluso en sus facetas más oscuras. El joven actor, además, obliga a Harrison Ford a alejarse por primera vez en bastantes años de esa interpretación hastiada a la que nos tiene acostumbrados, y genera una dialéctica -la compleja relación maestro-discípulo- de la que surgen los mejores momentos de una aventura triste y densa. El Juego de Ender es una película que, pese a esconder la mano tras tirar la piedra, resulta bastante aceptable, y hasta se atreve a dar un baño a alguna que otra franquicia juvenil de éxito.

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