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Póster Argo

Argo, la nueva película como actor y director de Ben Affleck, muestra sus cartas desde el primer instante. Al igual que hizo David Fincher con el logo de Paramount en Zodiac, el distintivo de Warner que precede a la película es el utilizado por el estudio a lo largo de los setenta y principios de los ochenta. Pero lejos de quedarse en un simple guiño, se trata de toda una declaración de intenciones del realizador a la hora de internarse en un género, el thriller político, que Hollywood parece haber dejado de lado hace dos o tres décadas, pese a esfuerzos puntuales de este o aquel cineasta.

El director de The Town y Adiós pequeña adiós toma de nuevo el referente de cineastas ya desaparecidos como Sidney Lumet (en su lectura concienciada pero humorística de la realidad) o John Frankenheimer (a la hora de permanecer fiel a las coordenadas del género) para narrar una historia a contracorriente... a contracorriente en el thriller actual. Y sólo con ello, y por sus notables resultados, Affleck se reivindica como uno más insospechados y agradables imprevistos del Hollywood contemporáneo. El protagonista de Pánico Nuclear está ganando con contundencia el pulso a los que le menospreciaron criticando su aburrida faceta de actor (con toda justicia, hay que decir, y ésta tampoco es una excepción) forjando una carrera como director de largometrajes a prueba de bombas. Cada una de sus películas, y lleva tres, es mejor que la anterior, y Argo confirma este progresivo ascenso.

Basada en hechos reales desclasificados a finales de los noventa, Argo narra el largo conflicto internacional desatado por la ocupación violenta de la embajada americana en Teherán, en el año 1979. Entonces, un grupo de ciudadanos norteamericanos lograron huir y refugiarse en la casa del embajador canadiense, sin que la turba de manifestantes ni las autoridades iraníes, sumidas en una violenta revolución, se percataran del detalle. Lo que sucedió después fue una singular y original operación de rescate diseñada por el agente Tony Mendez (Ben Affleck) que implicaba fingir el rodaje de una gran producción de Hollywood, titulada Argo, en las calles de la ciudad... Una misión suicida que debía ser ejecutada a contrarreloj y bajo el más absoluto secreto.

Argo comienza con la toma de la citada embajada, una secuencia de acción rodada con maestría y extraordinario sentido del suspense y del drama, y prosigue como un thriller sobre los subterráneos de la inteligencia y el contraespionaje estadounidense. Y en pocos minutos, Affleck se descuelga con una divertida sátira de Hollywood en la que se desgranan los preparativos de la operación, que movilizó a artesanos reales de Hollywood (y atención aquí a las extraordinarias presencias de John Goodman y Alan Arkin) y que lejos de ser baladí, aporta la necesaria poesía al realismo romo de los hechos. En Argo, en definitiva, la creación de una ficción (el rodaje falso de un rip-off de Star Wars) se revela como el único modo de solucionar un conflicto político internacional, de aplacar la violencia. La contraposición de imágenes reales con las del propio largometraje, que se expone en los créditos finales, atenúa cierto conformismo patriótico y matiza el idealismo de la historia sin delirios autorales.

Y todo ello el actor y director lo hace exprimiendo todos los elementos cinematográficos de los que dispone, desde la música de Alexandre Desplat a la fotografía de Rodrigo Prieto, y por supuesto su enorme plantel de secundarios, entre los que destacan unos extraordinarios John Goodman y Alan Arkin, que deberían recibir ya mismo la nominación al Oscar. Argo es, en definitiva, una de las buenas películas norteamericanas de este año.

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