Menú

Maigret y el Caso Simenon (y III)

                Maigret y el Caso Simenon (y III)

Las novelas duras de París y otras afueras de Simenon

Todo escritor de Francia, aunque no sea francés, suele acabar escribiendo sobre París. El aserto no es científico pero es bastante cierto y, en el caso de Simenon, certísimo. Lo que atrapa de París es la pobreza en la juventud o el recuerdo de la juventud sin medios pero sobrada de paisaje urbano. La mejor novela en español sobre París es la Rayuela de Cortázar, cuya mejor edición es, cómo no, la de Andrés Amorós, y a la que Juan Manuel Bonet ha rendido homenaje recentísimo en el Cervantes de París.

Cuando murió su padre, en 1922, Simenon huyó de su madre y de Bélgica, valga la redundancia, a París, adónde si no, en la rubia compañía de Régine Renchon y con ella vivió las Escenas de la vida bohemia como si de Henri Murger se tratara. Al cabo, entre los años 40 del XIX y los años 20 del XX –o los 10 del XXI- la diferencia entre hambre y hambre, trampa y trampa, quimera y quimera es escasa. Y como una de las características del pobre, por bohemio que sea, es que anda mucho en busca de algo, el gran personaje que Simenon regala a Paris, Maigret, es de lo más andarín, aunque, tan alcoholizado como su autor, deba repostar "un demi" a cada rato. ¿Cuántas veces el relato para en "le comptoir" -el mostrador- y se anima? Pero quizá lo más parisino o típicamente francés de Maigret es que cuando investiga en provincias, ya todos lo conocen, lo admiran y recelan. Y esa es una baza aparentemente en su contra que, de mostrador en mostrador, sabe jugar.

La sed insaciable del detective alcoholizado tampoco es invento de Simenon. Dashiell Hammet –gran borrachín, como tantos escritores de misterio, crimen y detectives, desde Poe a Jim Thompson- hace que en alguna de sus novelas el héroe desayune ginebra para combatir la resaca y, tras unos diálogos con su amante bebedora, acaso demasiado brillantes para la hora, empalmen cócteles hasta arribar al nocturno güisqui interminable. Al lado de Spade y otros del ramo, Maigret es de Alcohólicos Anónimos.

Por otra parte, recorrer calles para contarnos la vida de la gran ciudad es típico del folletín y de su heredera, la novela realista, desde el primer novelón de misterio español La bruja de Madrid, de Wenceslao Aiguals de Izco, al Londres dickensiano, al galdosiano Madrid o al París de Hugo, Balzac, Sue y, por encima de todos, Zola, el maestro real de Simenon que añade a la fórmula naturalista un elemento sórdido y glauco, triste y banal: la amoralidad. Al margen de eso, pasear la ciudad sigue siendo esencial en la novela negra actual y en las modernas teleseries. Vivimos los atascos de Boston, la niebla de Seattle o el paso de Cahuenga en Los Ángeles como cosa propia, porque el paisaje urbano es esencial en la identificación de un detective o de una teleserie, desde el Londres de Sherlock al Baltimore de The Wire o al Nuevo México de Breaking Bad. Por no citar a Nueva York.

Lo peculiar de Simenon no es, sin embargo, que Maigret nos pinte París, sino que logre sus mejores obras en les environs, los alrededores, en esa tierra de nadie que ya no es campo pero aún no es ciudad, en los solares a medio urbanizar, en la encrucijada dominada por la gasolinera como una aldea por su iglesia. Son lugares falsamente desiertos, donde se agazapa el peligro, como mostró el gran Hitchcock de Con la muerte en los talones.

Pero recapitulemos lo que venimos contando sobre las novelas duras y las novelas de Maigret y, aunque según las fuentes, varían las cifras, podemos dar como seguro que las obras con Maigret como protagonista son unas 75 y las "novelas duras" 125. No obstante, hay enquêtes o casos de Maigret de veinte páginas, que no llegan al formato de nouvelle, no más de 80, y la extensión de las novelas maigretianas y duras es la misma: 185 páginas, rara vez más de doscientas. Hay, por supuesto, novelas de Simenon mucho más largas pero lo que nos interesa subrayar es la semejanza entre el mejor Maigret y esas "novelas duras" que ahora redescubre la crítica francesa.

Recordemos algo esencial: ambas nacen a la vez. Piotr el letón, primer caso maigretiano, se escribe en 1930 y Fayard lo publica al año siguiente, 1931. Relais d´Alsace, la primera de las "novelas duras" es también de 1930. Sin duda, el destino de Simenon quedó marcado por el éxito de Maigret pero escribió más libros sin él que con él. Por otra parte, dentro del corpus maigretiano hay diferencias de calidad enormes. En las enquêtes, hay trucos que son burdas trampas tendidas al criminal para que caiga. Por poner el caso de una obra llevada al cine, en La danseuse du Gai-Moulin Maigret perpetra tales irregularidades que el abogado más lerdo lograría la absolución del asesino por la grosera manipulación policial. Esto va, además, contra el estilo Maigret, lento, cachazudo, hecho de paciencia y observación minuciosa de los detalles, sin dar por hecho que el culpable es el que lo parece porque eso solamente lo deciden las pruebas.

El París sin urbanizar

Volvamos a París. Una buena costumbre de los Maigret de Le livre de poche es agrupar las novelas por pares según el escenario urbano o regional Creo haber escrito ya en el blog sobre las dos de Maigret dans les environs de Paris: La guinguette à deux sous y La nuit du carrefour -traducida como En la encrucijada-. En ambas se despliega el Simenon más suelto, más ligero, mientras Maigret se difumina. Y el mejor Simenon es el que relata al modo impresionista los viejos salones de baile junto al Sena, los grandes merenderos populares, la costumbre parisina de salir en primavera a disfrutar del dèjéuner sur l´herbe, canonizado por Manet.

Lo más original de La guinguette es cómo describe el nacimiento en las afueras de Paris, junto a las pistas de madera entoldada donde se oían los vals musette, una construcción social que hoy lo domina casi todo: las urbanizaciones, los suburbios anglosajones, nuestras "zonas residenciales" para jóvenes parejas con niños por criar. Pero en los años 30 lo que había eran chalés de segunda vivienda para pasar el verano, aunque conservando las relaciones del resto del año. Son Las verdes praderas del cine español, los arbolitos y ekl césped por venir en las afueras de Madrid que retrató Garci. Junto al Sena hay más verde pero se incuba la misma enfermedad psico-social: el reino del aparentar, el imperio del fingimiento, el falso espíritu deportivo de fin de semana y el culto al triunfo profesional, todo ello adobado de resentimiento, trufado de adulterios, esmaltado de alcohol y abocado a la tragedia doméstica, al feo crimen por deudas inconfesadas

La nuit du carrefour y Le chien jaune, fueron las primeras adaptaciones al cine de una novela. Y según los maigretianos, la mejor encarnación del comisario es la de la primera, obra del gran Jean Renoir y con Pierre Renoir como Maigret. En los años 30, Simenon, como todo artista vivo, está influido por el expresionismo alemán, tan poderoso en el cine mudo y el primer sonoro. Nunca el blanco y negro ha sido tan bien aprovechado como en M. El vampiro de Dusseldorf, pero Fritz Lang no es el único genio que supo convertir la luz y la sombra en personajes de la narración. La nuit du Carrefour es una sucesión de luces que se apagan en ventanas solitarias, entregando a los dormidos a las fauces de la noche.

Sin embargo, el barrido de linternas y focos policiales genuinamente expresionista que también cultivaron Hitchcock o el Orson Welles de Sed de mal no es el de La nuit du Carrefour. Lo que en Welles es barroquismo tenebrista, en Simenon es Gran Guiñol. El crimen es un juego del escondite y el criminal es una sombra que Maigret persigue por zanjas y baldíos en esas afueras grises de París. Si el cuadro fuera más urbano nos recordaría a Hopper pero un cruce con una gasolinera medio a oscuras y cuatro casas perdidas, cada una con su luz amarillenta apagándose, es menos inmóvil y más triste. Es la ciudad que se va haciendo mientras las vidas se deshacen, sin importarle mucho a nadie, salvo al policía honrado y al lector insomne.

Le chien jaune, esa mancha amarilla en la neblina de Bretaña, es como un anuncio pidiendo una película. Y con éxito: más de cincuenta novelas de Simenon han sido llevadas a la pantalla, algo aún no igualado por Stephen King. La razón es la misma: el gusto por la descripción visual del escritor belga, tanto en los paisajes –nadie ha contado la lluvia como él- como en los detalles de los personajes, de su cara y de sus trajes, de su tipo y sus adornos, de sus cicatrices y sus joyas, de sus arrugas y sus paraguas.

Vale la pena insistir, como hicimos antes, en que esa madurez de las primeras novelas de Simenon en los años 30, con Maigret y sin él, no se mantiene durante sus cinco décadas de escritor, tres de ellas a un ritmo vertiginoso. En Maigret entra y sale su creador según su ánimo. Y aunque estudiase con el criminalista Eugene Locard antes de iniciar la serie de Maigret, la resolución de los casos es muy desigual. No se trata de que, como dice, el método de Maigret consiste en no tenerlo. Cualquier policía sabe que lo más importante para averiguar la naturaleza del crimen y la identidad del criminal es evitar prejuicios y conclusiones pre-establecidas. Lo que sucede es que hay novelas en que Simenon se cansa de Maigret o tiene prisa por rematar una novela, y lo hace de un bajonazo. Normal, si se escribe tanto. Sin embargo, también se da el caso contrario: el afecto por el personaje que en varias novelas y en muchos pasajes muestra su creador.

En 1968, cerca ya de su retirada en 1972 -por el tumor cerebral que quince años más tarde, según su familia, le operaron con éxito antes de morir- Simenon escribe L´ami d´enfance de Maigret, uno de los relatos más tiernos sobre el detective, que revive los fantasmas de una infancia atribulada y padece sus repercusiones en la vida adulta. O sea, como Simenon. Maigret afronta de forma casi deportiva un dilema atroz: decidir la prisión de alguien demasiado importante, sólo porque una vez, de niño, lo fue en su vida. Y la vida, agolpada y caótica, es justamente, eso: injusta. Esa constatación de madurez hace particularmente simpático a Maigret.

Novelas duras de viudos y pobres

Hay, pues, entre tantos Maigret, relatos buenos y malos, que gustan más o menos según la edad y humor del lector. Si sucede con Cervantes ¿no ha de pasar con Simenon? Reseñaré cuatro que he leído recientemente y que iluminan facetas interesantes en relación con su visión de París.

Les quatre jours du pauvre homme, roman dur o sin Maigret, está dividido en dos partes y es una especie de homenaje a Las ilusiones perdidas de Balzac. En rigor, son dos novelas independientes -siempre he creído que a la trilogía de Balzac le sobra la tercera- que corresponden al ascenso y caída del héroe de tantísimas novelas. Como siempre, mejor en las primeras que en las segundas partes, Simenon dibuja minuciosamente la vida miserable y las infinitas humillaciones de la escasez de un alcohólico abocado a la viudez que, además, debe atender a un hijo que vadea como puede las miserias paternas. Aparece de pronto un personaje, el hermano también alcoholizado que huye de las colonias y que acrecienta las dudas y perplejidades sentimentales del pauvre homme. Y cuando ya está contra la pared o ante el vacío, la audacia cambia su suerte y lo hace rico, con la amable compañía de una prostituta a la que saca de la calle y con un cierto papel en la vida social que lo reivindique ante su hijo. Pero como ascendió, sin saber muy bien por qué, cae, tras un desolador recorrido por París. El final, que es como un escopetazo para el lector, muestra la facilidad, a veces excesiva, de Simenon. Bastan dos páginas para enterrar una historia.

Otra historia típicamente policial, de mucho mirar, es la del parado que sentado en un parque de París acaba observando tanto que termina delinquiendo. Maigret et l´homme du banc, es también un homenaje al París de los que, por razones no siempre claras, se dedican sólo a ver París. Es un prodigio de sutileza y a diferencia de esas investigaciones llenas de paciencia, de lentos y sinuosos avances, de crímenes irresolubles que termina por resolver la observación, aquí tropezamos con un observador al que hay que observar, un mirón que caerá si lo saben mirar. Técnicamente es perfecta, una pequeña maravilla. Y todo sous le ciel de Paris.

La experiencia frenética, obsesiva de la prostitución que marcó toda la vida del novelista se traduce en dos tipos de personajes femeninos que han envejecido de forma muy distinta. Son dos caras de la misoginia: la mujer como prostituta o como esposa muda, aquiescente y silente, cercana a lo servil. De esto último es modelo la señora de Maigret en sus relaciones diarias con el comisario, héroe doméstico cuyo agotamiento y malhumor recibe tratamiento balsámico en el hogar, un trato basado en el silencio, la respetuosa distancia y la paciencia de la señora hasta que su señor se calme. A cambio de tan inteligente sumisión, en L´amie de Madame Maigret, el inspector la convierte en adjunta a una investigación complicadísima, que sólo ella, por sus propias fuentes informativas de mercado y de barrio, logra resolver. Es decir, logra que su marido resuelva. Pero el paternalismo y la condescendencia, tan excesivos que resultan inverosímiles en un país como Francia y casi en cualquier país occidental, parecen más bien producto de una fantasía conyugal antes que de una experiencia real.

No son las únicas protagonistas, desde luego. En sus dos centenares de novelas, hay soberbios retratos de solitarias y ancianas, pero, en general, los personajes femeninos mejor tratados en la obra de Simenon, los más verosímiles y con mayor entidad psicológica son los de las prostitutas.

Un ejemplo, dentro de la saga detectivesca, es Maigret et la Grande Perche. En él vemos la clásica mezcolanza de policías y prostitutas pero en clave biográfica, en este caso del primer encuentro del joven Maigret con la entonces principiante del trottoir a quien va a detener y pretende ir desnuda a comisaría. Veinte años después, no asistimos a una versión de Irma la dulce sino a algo más sutil: una petición de ayuda que se presenta como colaboración. Y al trato gentil, no sentimental del policía honrado y la prostituta de vuelta de todo, una relación hecha de cautelas, que no va más allá porque ambos, con pena, saben guardar su sitio. Rara vez traza Simenon retratos de esposas con el respeto que dedica a las respectueuses.

La Auvernia y la extraña delicadeza de Simenon

Hay otras afueras de la capital francesa que fascinan a Simenon: los adentros en los que nadie piensa al recorrer los faubourgs, los bulevares o viejos barrios pintorescos como Montparnasse. En la tercera novela de la saga de los Rougon-Macqart, Zola llamó al gran mercado de Les Halles El vientre de Paris, lo más íntimo y tapado, marginal y esencial en la ciudad. Simenon pasea a menudo por Les Halles, pero quizá su más sutil homenaje al Paris ventral y a la "interior bodega" francesa sea La mort d´Auguste.

Auguste es un auvergnat, uno de esos campesinos llegados de la Auvernia que siguen teniendo con su región–la de Balzac- una relación de abastecimiento gastronómico y sentimental, de familia y de costumbres; y una desconfianza hacia el resto de Francia y del mundo que parece nutrirse de los enormes panes oscuros y sabrosos salchichones que sólo la Auvernia puede crear. Y que tienen fidelísima clientela, tan popular como chic, en el universo de grandes madrugadores y grandes trasnochadores de Les Halles.

También dice en otra novela Simenon que a uno de sus personajes "todas las fruterías de París le olían a España" aunque nunca había estado en ella, sencillamente porque todos los fruteros parisinos eran españoles. Algo exagerado parece, pero lo fundamental es señalar que hay algo en lo más interior de parís que no es parisino, que pertenece a lo más profundo de Francia, desde la presencia de españoles en ella a lo largo de los siglos hasta esa Auvernia que es un environ, unas afueras de muy adentro.

En el departamento vecino de la Auvernia, la Sologne, yo he podido ver en esos bosques de hayedos y castaños de una densidad sombría, casi inextricable, a los jabalíes, los sangliers, apareciendo en los caminos del dominio de Rillerand como si siempre hubieran estado allí, mirando quietos al paseante; y también en familia, nada menos que ocho, cruzando un lago a nado en perfecta formación, con la cabeza fuera del agua y en línea recta, sin dejar una sola onda en la estela que dejan en el espejo del atardecer, como deslizándose sobre su sombra. Y el jabalí es el símbolo de una de las primeras unidades de combate de la Resistencia en la II Guerra Mundial, que puede verse en el Museo del Ejército en París No es un animal grácil, ni da miedo, ni asco, ni pena, pero es resistente, peligroso, tan capaz de huir como de defenderse, diseñado para la lucha y la supervivencia. Ese jabalí francés es el auvergnat cuya muerte pinta Simenon en La mort d´August.

Esta novela dura es sencilla: trata de la propiedad y la avaricia, los ahorros y los secretos, la generosidad y la estafa, la fidelidad y el engaño. Uno podría pensar que, al tratar de los hijos que se disputan la herencia del auvergnat que durante décadas ha dado de comer a la nación de Les Halles, podríamos estar ante una versión de El tío Goriot de Balzac, que aborda uno de los asuntos más frecuentados por la novela realista del siglo XIX: el destino y el sentido del dinero en la familia, la prodigalidad filial y el amor paternal. Pero si comparamos esa novela de Balzac con esta de Simenon, el auvergnat nos resulta tan sentimental y grandilocuente como Victor Hugo. En Simenon no hay buenos y malos sentimientos, buenas y malas personas. Todo es igualmente rastrero y natural, sórdido y comprensible. En Balzac hay siempre un factor moral para acercarnos a las peripecias que nos relata. Lo que Simenon nos cuenta está tan lejos de la moral en lo que narra como en el hecho de narrar. Nada es especialmente malo ni bueno. El autor no se ve en la obligación de buscar, echar en falta o elucidar el bien. Simenon es esencialmente amoral. Tal vez por eso ésta es una de sus mejores novelas.

Hay en Simenon novelas, a mi juicio, fallidas, con éxito y sin él. Le confessional, un Bonjour, tristesse que se queda en Alors, bonsoir está entre las fallidas. Gran oficio, clásico asunto –las difíciles relaciones entre padres e hijos al cruzarse con las dificultades de la relación de pareja- pero, pese al oficio indudable del autor, un pequeño fracaso, o un gran libro raté. Les fiançailles de M. Hire -traducido, se nos asegura, del inglés de los USA al francés por Christine LeBoeuf en Le Livre de Poche- muestra, en cambio, el típico zigzagueo simenoniano cuando le aburre un asunto o no lo ve muy claro, pero ha tenido un éxito, Mr. Hire, entre los adeptos de un tipo de cine duro, en las antípodas del que sugieren las novelas de Maigret.

Y hay joyas entre las "novelas duras" que pasan tan inadvertidas que ni siquiera encuentran traductor. Con una de ellas Le veuf -El viudo-, quisiera terminar estas notas sobre Simenon. Estamos ante una novela rara, de sensaciones, de premoniciones sin sentido aparente, pero tan fatalmente abocadas a la realidad como a su condición de fantasmas. Dibujo puntillista de la pérdida, Le veuf nos ofrece, casi por sorpresa, esa delicadeza que, más allá de los paisajes, asoma en Simenon, esos alrededores sutiles del monstruo que se entrañan en lo más hondo, en el centro de su febril literatura. No está traducida al español, que yo sepa, así que dejo el comentario para cuando lo esté. Pero creo sinceramente que sólo por este libro Simenon ya sería uno de los grandes escritores del siglo XX; de los pocos, en cualquier caso, que seguiremos leyendo en el XXI.

Herramientas