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Diario de Verano: El debate, un espejismo en el desierto del PP

Rajoy ha exagerado tanto su inocencia que muchas de esas frases campanudas le serán pronto de amargo recuerdo. Al tiempo.

Dice el diario preferido de Soraya que Rajoy compareció ante la Oposición para hablar de Bárcenas con el único propósito de tranquilizar a su partido. Y por el jabón que le dio a Alfonso Alonso, el Demóstenes de Vitoria, salió satisfecho, sobradísimo del envite. Si llega a repartir billetes de lotería o de la ONCE, sus empleados se los quitan de las manos.

Porque conviene recordar que la gran mayoría de los que le aplaudían están donde están porque Mariano ha querido o no se ha empeñado en impedirlo. Ni uno de ellos ha debido afrontar unas primarias o elecciones internas para sentarse donde se sienta. Y será ese mecanismo dedocrático el que lo mantenga en el cargo muchos años o lo arroje a la cola del INEM, en sentido figurado o real, porque muchos no han hecho en su vida más que politiqueo. Al esclavismo exhibicionista no se le debería llamar política.

Pero tras el gozoso rubor del elocuente alavés y la archisatisfacción del marianato, ¿hay razones para que el PP considere que "lo peor ha pasado", que "el caso Bárcenas está cerrado" o que "Pedro Jota ha sido derrotado"? En mi opinión, todo lo contrario. Que el director de El Mundo denuncie no que lo espía el Gobierno sino que se jacta de hacerlo le hará gracia a cierta gentuza del ámbito político o periodístico, aunque maldita la gracia que tiene que nos acostumbremos a celebrar los alardes despóticos, pero es asunto que comentaré más despacio. De lo que estoy seguro es de que el debate del irrintzi marianil no va a hacer que el juez Ruz deje de interrogar nada menos que a tres secretarios generales del PP, tres, en este mismo mes de agosto, ni logrará que desaparezcan las noticias sobre la financiación ilegal del PP, ni que El Mundo deje de publicar portadas espectaculares con las confesiones de Bárcenas en incómodos plazos. Rajoy puede creer que ha terminado con este asunto por unos meses –hay quien habla de aplazar la crisis de Gobierno a la primavera–, pero el inquilino de Soto del Real no tiene que hacer otra cosa durante el día y buena parte de la noche que pensar en cómo le conviene gestionar su caída y a quién puede derribar.

Por otra parte, Rajoy ha exagerado tanto su inocencia, se ha echado tantas flores, ha afectado tanta ignorancia, ha fingido, en fin, tantísimo al hablar de la financiación ilegal del PP y de la nómina inmoral de sus jefes, que muchas de esas frases campanudas le serán pronto de amargo recuerdo. Al tiempo.

Y en lo que al partido respecta, no hacía falta la encuesta del CIS para ver que su tendencia es la misma, que sigue imparable hacia esa sima que, de momento, explora en solitario Rubalcaba. Pero cuando el PSOE cambie de líder y, como diría León Felipe, jubilen al payaso de las bofetadas, ¿va a seguir cayendo? Y si frena su ruina, ¿se producirá un alza en la intención de voto al PP? No lo creo. Parece lógico que si el PSOE deja de caer, el PP caiga más, no menos. Nunca se sabe en un sistema político con una crisis tan brutal como la que padece el español, pero el PSOE no es un problema serio para el PP con Rubalcaba. Sin esa garantía de nulidad, Mariano no va a poder pasearse por el hemiciclo con tanta impunidad como hasta ahora.

El problema de Rajoy es que España no tiene solamente un problema de Gobierno. Nuestro mal es tan hondo, los daños tan profundos y las soluciones tan difíciles de atisbar que ni el mejor Gobierno del PP sería capaz de sacarnos adelante, en lo económico y en lo político, ni a corto ni a medio plazo. Y este no es, por desgracia, el mejor Gobierno del PP.

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