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Inquisidores, fracasados, hábitos y leyendas

Mi dilecto colega Juan Manuel Rodríguez exhorta a un servidor a cantar la gallina, la palinodia, la traviata y hasta el himno merengue, por haber puesto en duda que el traspaso de Jackson haya dejado a Simeone "in puribus", a culo pajarero, obligado a pechar con su incapacidad y sus miserias. La diatriba, al cabo, era tan chusca, la mala fe tan obvia, la bilis tan espesa, que, como señalaron de inmediato los coautores de este blog, la rabieta merengue engalana al Atleti y engrandece a su técnico. No obstante, después de que este último saciase a los medios reconociendo que el fracaso corría de su cuenta, el fiscal, implacable, conmina a la defensa a desdecirse de lo dicho; o sea, a decir digo donde dijera Diego. Reparemos, por tanto, la honra de Rodríguez, démosle a Juan Manuel lo que merece y confesemos que, en efecto, su perorata contra el Cholo, aún sin tener sentido, tenía consistencia.

Lo que no se sostiene es que alguien que es experto en levantar patíbulos y en atizar hogueras se arrogue el papel de víctima de una remake espectral, además de pedestre, del martillo de herejes. La Rojiblanca Inquisición, ahí queda eso. ¿Ha olvidado, quizá, mi sagaz compañero (y, sin embargo, amigo, pese a que la amistad, a veces, nos pille a contrapelo) que la responsabilidad de inspeccionar conciencias, repartir sambenitos y reconciliar herejes, recaía en los celosos dominicos y que su hábito (su camiseta, a los efectos) competía en blancura con el de su convento?

Simeone, por cierto, ni se acoquina ni se altera. Los que paladeaban el fracaso y afilaban las teclas durante el choque contra el Éibar, hubieron de envainarse el colmillo y la lengua mientras el Calderón en pleno viajaba con Torres al punto de partida, al manantial del sueño, allí donde la suma de cien goles no daba la medida de lo que multiplicaba el sentimiento.   

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