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El salario del miedo

Después del empate en Riazor -algo que, a fin de cuentas, fue sólo un accidente- el Atleti debía volver de Asia central con los deberes hechos y con la pole position de la fase de grupos vista para sentencia. No pudo ser y el miserable cero a cero que cosechó (que mendigó) en los suburbios de la estepa ha dejado a la peña alicaída, desazonada, inquieta. Teniendo que echar mano de las reservas de moral y trasegando pullas con el café con leche.

El Cholo Simeone, que se las sabe todas y transforma en un rondo cualquier rueda de prensa, apeló al espantajo del general invierno para justificar el que a su equipo -o, mejor dicho, al nuestro- le calentaran las orejas en el Astana Arena. Pero, si bien es cierto que hubo que jugar sobre un césped ficticio, anémico y fullero, también es innegable que sin inspiración, sin chispa, sin determinación y sin reflejos, tanto da un patatal como una alfombra persa. Para echarle la culpa al empedrado -una especialidad en la que los blaugranas la disputan el cetro a los merengues- no valía la pena irse tan lejos. Y es que en Kazajistán (un erial balompédico que ha sido prohijado por monsieur Platini merced a las virtudes del unto petrolero) hicimos el ridículo de la cruz a la fecha, desde el primer pitido hasta el que clausuró el descuento. Ni tan siquiera ese arreón agónico, atropellado, casi histérico, con el que Simeone, a buenas horas, quiso salvar los muebles, impidió que el Atleti se fuese al aeropuerto tiritando de frío y temblando de miedo.

El miedo, "that is the question". Simeone, que es, además de un gran técnico, un prodigioso alquimista emocional y un verdadero constructor de sueños, coquetea a menudo con la falsa modestia pero jamás de los jamases se ha mostrado pastueño. Ahora, sin embargo, cabe pensar que el Cholo fatiga su pizarra con un sinfín de titubeos mientras da con la tecla y afina la estrategia.

Amarrar un puntito en territorio hostil es algo que, en la Champions, se considera un éxito. Lo malo es pagar con dos el salario del miedo.

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