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Qué ver en Milán, además de un partido de fútbol

Una guía rápida para lo más importante que no debe perderse en un viaje rápido a la ciudad italiana.

Debe ser muy difícil tener como competencia a ciudades como Venecia, Florencia o Roma y eso explica, creo yo, que Milán no esté demasiado bien considerada como destino turístico. Pensamos en la capital de Lombardía como una ciudad rica, con industria, nos suena que hay mucha moda y eso… sin embargo nadie –bueno, casi nadie, tampoco seamos exagerados- viaja allí simple y llanamente para conocer la ciudad.

Pero si usted va allí –digamos a una final de la Champions League- lo cierto es que Milán no es sólo una ciudad fantástica para pasear, rica, agradable y con tiendas maravillosas, sino que tiene algunos monumentos excepcionales que ver, cosas muy interesantes. En suma, que vale la pena aprovechar el viaje para hacer algo de turismo.

Maravilloso Duomo

Salvo que llegue usted justo a tiempo para ir corriendo a San Siro, su visita de Milán debe empezar por el Duomo, la impresionante catedral que no sólo es enorme, sino que tiene un estilo completamente único y personal, tanto que es uno de esos edificios que podemos reconocer simplemente por su silueta.

Fue uno de esos proyectos que ocupan siglos, más aún, medio milenio: se empezó a finales del XIV y no se terminó oficialmente hasta nada más y nada menos que en 1965, cuando se inauguró la última puerta del edificio. Pese a ello, logra mantener una unidad estilística notable, sobre todo en ese gótico que es a la vez robusto y al mismo tiempo quiere elevarse al cielo en sus decenas de agujas, rematadas con esculturas.

Lo más impactante, como les decía, son las dimensiones: es la tercera iglesia católica más grande de Europa tras la basílica de San Pedro y la Catedral de Sevilla y nos damos cuenta de su magnitud sobre todo al entrar, la altura enorme, la longitud eterna de la nave central…

Y no deben dejar de disfrutar de una experiencia que no es muy habitual en las catedrales europeas, de hecho sólo recuerdo haberlo hecho en Roma: pasear por la azotea del edificio, junto a las altísimas agujas coronadas de estatuas. Las vistas de los detalles del edificio son impresionantes, como lo son las del resto de la ciudad.

Galerías: el lujo en dos calles

El otro gran monumento más conocido de la ciudad son las Galería Vittorio Emanuele II: dos largas calles cubiertas por unos preciosos techos de hierro y cristal, con una bellísima cúpula en su intersección.

Construidas en la segunda mitad del S XIX no son las primeras de este tipo que se edificaron en Europa, pero sí son probablemente el ejemplo más espectacular de estas calles interiores que también se crearon más o menos en esta época en Londres, Bruselas, San Petersburgo o Budapest.

La belleza del edificio resulta un marco natural para el lujo: algunas de las mejores tiendas de ropa, de los restaurantes más exquisitos o de los cafés más elegantes de Milán están allí. Pero no se preocupen que pasear y mirar los escaparates sigue siendo gratis y es, además, una muy buena opción en los muchos días en los que el clima no es tan agradable.

Si atravesamos las Galerías desde la Plaza del Duomo daremos en otro de los lugares imprescindibles de la ciudad: el Teatro della Scala. Si usted es aficionado al bel canto supongo que sentirá deseos de entrar postrado de hinojos al lugar en el se estrenaron tantas óperas de Rossini, Verdi o Puccini. Si no lo es, o lo es menos, también le merece la pena conocer el bellísimo edificio construido a finales del S XVIII y que no sólo encierra uno de los más lujosos teatros del mundo, sino otras cosas: un Museo de la Ópera con todo tipo de obras de arte relacionadas con el bel canto; y una atracción que me parece original e interesantísima: los Talleres de Ansaldo, es decir, toda la parte tras el escenario con la tramoya que permite la esplendorosa presentación escénica de las obras.

De plazas y castillos

Pero no se acaba Milán en los alrededores del Duomo, un poco más allá está otro lugar quizá algo menos conocido pero que sorprende e impresiona: el Castello Sforzesco, la fortaleza en el centro de la ciudad de la que emanaba el poder de los Duques de Milán.

Hoy en día la vemos tal y como la construyó el fundador de la dinastía Sforza, Francisco I, y realmente nos habla de una ciudad fuerte… que necesita defenderse. Sólo viéndolo entendemos un poco de aquella Italia de finales de la Edad Media en la que los condotieros –una forma fina de llamar a los mercenarios- eran tan importantes como para que uno de ellos, precisamente el que construyó ese castillo, llegase a Duque de Milán habiendo nacido como uno de los siete hijos ilegítimos de un condotiero.

Así que el Castello Sforzesco es una auténtica fortaleza y ni siquiera las reformas de siglos posteriores le han quitado ese aire militar que, al menos a mí, me sorprende en el centro de una ciudad tan moderna y, si lo permiten, burguesa.

De la Piazza Mercanti guardo un pequeño recuerdo de mi primer viaje a Milán, que era también la primera vez que estaba en Italia: entré en el pequeño pero encantador cuadrilátero a media mañana, sin prácticamente nadie más allí y tuve la sensación de haber llegado, por fin, a ese país del arte, la arquitectura y la belleza que se supone que está más allá de los Alpes.
Es pequeña, bonita, medieval y barroca al mismo tiempo, y una vez que uno ha conocido las maravillas de Roma o Florencia quizá no sea para tanto, pero les aseguro que vale la pena y que, puede que les llame la atención si se lo digo así, probablemente es el rincón más italiano de Milán.
No muy lejos de allí está una iglesia no muy grande y tampoco demasiado llamativa, Santa María Belle Grazie, pero en su interior podrán ver nada más y nada menos que La última cena de Leonardo. Para visitarlo tienen que reservar su hora en esta web y no les quepa duda que, si tienen la suerte y el tiempo, podrán decir que también han estado en toda una final de champions de la pintura.

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