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Costa Brava: el rincón de España que lo tiene todo

Si hay un sitio en el que el Mediterráneo es puro y atractivo, ese es la Costa Brava.

Llevo media vida escuchando hablar de la Costa Brava, leyendo las maravillas que han escrito de la zona incluso señores como Josep Pla, ahí es nada; media vida con ganas de visitar un rincón de España que, desgraciadamente, queda un poco lejos de Madrid.

Lo hice, finalmente, el pasado verano, en uno de esos viajes que tiene muchas papeletas para convertirse en una decepción: era imposible no tener unas expectativas muy altas y eso, ay, es peligroso.

Pero no, en este caso no hay por qué preocuparse: la belleza de las calas y los pueblos de la Costa Brava supera sin problemas cualquier expectativa previa. En pocos lugares el Mediterráneo tiene una pureza así, en casi ninguno la costa se ha preservado igual pese a la abrumadora presencia humana, y no hay muchos que yo haya conocido que sigan todo teniendo tanto encanto a pesar del turismo.

Empecemos por la calas

Creo que al visitar la Costa Brava lo que más se queda en el recuerdo son las increíbles calas: pequeñas, casi escondidas, frente a un agua increíblemente cristalina que nos permite ver el fondo rocoso incluso a varios metros de profundidad.

La mayor parte de las que conocí no eran de arena sino de unas pequeñas piedrecitas no demasiado cómodas para caminar pero sí para tumbarse al sol o, mejor aún, a la sombra de los pinos que se acercan casi hasta el borde mismo del agua.

Calas en las que incluso cuando hay gente hay menos gente y, sobre todo, normalmente calas que se puede elegir: hoy a esta, mañana a la de al lado, pasado a la otra que está cinco minutos más allá.

Muchas de estas pequeñas playas de la Costa Brava tienen un pequeño defecto y un gran secreto: el primero es ese suelo del que les hablaba, de grava en muchos casos, de roca en otros, de arena en los menos; el segundo son los caminos de ronda, senderos que recorren la costa por la parte alta de los acantilados, en muchos tramos bajo la deliciosa sobra de los pinos, siempre sobre el agua cristalina y con esas vistas que, antes de visitar la zona, pensábamos que eran sólo desde un par de sitios fotografiados hasta el infinito.

Los pueblos

No los recorrí todos, obviamente, pero la impresión que uno se lleva al conocer la Costa Brava es que en pocos lugares de la costa se ha logrado preservar tantos pueblos con encanto, de los más famosos como Cadaqués -del que ya les hablé por aquí hace algún tiempo-, a otros menos conocidos pero también preciosos: Calella de Palafruguell, Tossa de Mar, Llafranc…

Calles estrechas, encaladas, muchas de ellas en cuesta, mirando a un mar que siempre o casi siempre está presente, llenas de gente que pasea y disfruta. Son pueblos que viven pegados al mar en un sentido mucho más allá del físico o el geográfico: hay una especie de simbiosis entre las casas blancas y las pequeñas playas en bahías perfectas, con las barcas preparadas para zarpar en cualquier momento y el agua calma y limpia.

Hablamos de lo que se encuentra al borde del mar, pero también podemos hablar de los pueblos del interior: todos con su encanto, muchos con cascos históricos que merece la pena conocer, algunos con una oferta cultural sobresaliente, como Figueras, toda una meca para los dalinianos del mundo.

Todo, en fin, interesante, nada o casi nada convencional y muy poco –aunque mentiríamos si dijésemos que no lo hay- con el aspecto de una zona de costa que tan habitual es en tantos puntos de España.

Esplendor y decadencia

No es de extrañar, aunque supongo que ellos tuvieron otras razones, que esta fuese la zona elegida para establecer una colonia griega llamada Emporion y que hoy conocemos como Ampurias. Les reconozco que es muy probable que los foceos que arribaron por entonces a la costa tuvieran otras prioridades más allá del paisaje, pero no puedo dejar de pensar que ese mar tranquilo y transparente, esas colinas y esas calas les convencieron del todo para establecer allí una de las pocas ciudades griegas en nuestro país.

Junto a ella se creo después una ciudad romana y ambas convivieron un tiempo –una caso bastante extraordinario, al parecer- hasta que la pujanza de los de Roma absorbió por completo la antigua colonia, lo que no impidió que algo después entrase también en decadencia frente al empuje de las cercanas Barcino y, sobre todo, Tarraco.

El caso, y esto es lo que interesa, es que ahora Ampurias es un espléndido yacimiento arqueológico, grande, muy interesante y ciertamente extraordinario, en un entorno maravilloso junto al mar en La Escala. En suma, otro de esos extraños –por poco habituales- atractivos de la Costra Brava, un rincón de España que tiene todo lo que nos define como país –playas, calas, mar, pueblos, historia, cultura…- y que no deben esperar más a conocer.

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