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Carta de amor a Madrid

Yo sé, Madrid, que tú no eres esta urbe triste, gris y solitaria, vacía e inhóspita como un mal sueño, por eso te escribo esta carta.

Hola Madrid, sé que estás en un mal momento y por eso he pensado que te gustaría recibir una carta como esta. La verdad es que todos andamos jodidos, las noticias no ayudan, las mentiras no ayudan y estar encerrados en casa es duro, no estamos acostumbrados y nos gusta mucho disfrutar de la vida social, de nuestras familias y amigos, de los bares, de nuestras calles, de ti.

Yo he salido algunas veces -siempre por cuestiones necesarias y con muchas precauciones, no te preocupes- y te he visto de una forma en la que no solemos verte, Madrid: triste, apagada, vacía. Tus calles siempre bulliciosas están casi abandonadas; ese tráfico que nunca para se limita ahora a algún taxi, camiones de reparto y unos pocos coches que ni siquiera aprovechan para correr la cantidad ingente de asfalto a su disposición.

No sólo son los coches: los madrileños, que quizá no seamos los más simpáticos pero nunca hemos rehuido encontrarnos, ahora nos separamos, dejando toda una acera entre nosotros cuando nos vemos venir por la calle. Y vamos andando con la cabeza gacha y con prisa, no porque tengamos muchas cosas que hacer como suele ocurrirnos, sino porque nos incomodamos unos a otros o, peor, nos damos miedo.

Pero yo sé, Madrid, que tú no eres esta urbe triste, gris y solitaria, vacía e inhóspita como un mal sueño, por eso te escribo esta carta: para que no se te olvide que todos recordamos como eres de verdad y como volverás a ser en cuanto sea posible, en cuanto todo esto pase.

Y es que son ya más de cuarenta días, pero todavía parece que hace muchísimo más tiempo que estamos apartados de ti, tanto que quizá a ti misma te cueste recordar que eres vibrante, apasionante, que te llenas de vida cada hora del día y cada día de la semana. Eres lo que han sido siempre las ciudades y para lo que nacieron: un lugar en el que encontrarse, un espacio que compartir. Y ninguna que yo conozca lo comparte con la generosidad con la tú lo haces, porque puede sonar a tópico, pero es cierto, Madrid: eres extraordinariamente generosa, con los de aquí y con los de fuera, si es que realmente aquí hay alguien de fuera.

Te voy a decir también algo que es bastante menos tópico, pero que quiero que tampoco olvides: que eres bella, eres de hecho una ciudad preciosa y tienes uno de los centros más bonitos de las capitales europeas. Siempre me encantó todo lo que hay desde la Puerta de Alcalá hasta el Palacio Real, las calles llenas de edificios grandiosos, las perspectivas en las que las grandes avenidas se juntan o se separan.

También las plazas: las enormes como Cibeles; las de una hermosura perfecta y geométrica, como la Plaza Mayor; pero también las más antiguas y más pequeñas del Madrid de los Austrias, tan llenas de encanto siempre como ahora vacías de gente.

Ese Madrid casi medieval alrededor de la Plaza de la Villa es una de las partes de ti que más echo de menos, no es que fuese mucho, pero me encantaba tenerlo a mi disposición, sabía que estaba ahí como ahora sé lo que lo añoro, cuando ya no está a mi alcance. Volverá a estarlo, como el Rastro, esa conjunción de trastos viejos, gente y baratijas tan entrañable y absolutamente madrileña, que quizá tarde un poco más, pero al que iremos otra vez saboreando la libertad como nunca y saludando a Eloy Gonzalo, al que miraremos con más complicidad que nunca, diciéndole quizá que él lo pasó muy mal en Cascorro, pero que nosotros también hemos tenido lo nuestro.

¿Sabes, Madrid? Esos barrios humildes que eran casi arrabales en su día son parte de lo que más me gusta de ti, esa zona del Rastro que baja decidida hacia el río o las calles más allá de Gran Vía, de casas de ladrillo sencillas, tan madrileñas, tan tuyas, capaces de ser tal y como eran hace un siglo y, al mismo tiempo, llenarse de una modernidad en la que los vecinos de toda la vida, ya ancianos, se mueven con cierta perplejidad, pero en el fondo tan a gusto, porque su barrio sigue siendo un barrio.

Te prometo que me acuerdo de todo esto y de más cosas, Madrid, y que todas volverán antes o después: la Gran Vía llena de gente entre la que es difícil decir quién es de aquí y quién está de visita, aunque el visitante quizá sea ya de aquí sin saberlo; Callao y sus luminosos y sus multitudes, y tener que esperar pacientemente a que el torrente de gente que sube y que baja supere la parte de la acera que se estrecha por la boca de metro en la esquina con Gran Vía; las noches cálidas de verano y el frescor que me asalta en la moto cuando bordeo el Retiro; las mañanas de domingo en el parque, con todos los vendedores, artistas y timadores alrededor del lago y Alfonso XII mirándonos desde allá arriba, contra el cielo tan azul que tienes tantos días en primavera o en otoño…

Volverán también los bares y las terrazas, en las que nos encontraremos con nuestros amigos y contigo, Madrid, y volverás a vernos gritar y reír con una cerveza, un vino o un vermut en la mano, haciendo ruido hasta la tarde cuando pasaremos a tomar algo más fuerte. Y brindaremos por los que ya no están, con lágrimas, pero después reiremos otra vez para levantar nuestras copas por los que todavía estamos y, por supuesto, por ti, porque ahora que no estás, o que sólo está esta versión tuya tan desangelada, nos hemos dado cuenta de lo que significas para nosotros, de lo importante que eres en nuestras vidas, de lo que te queremos, Madrid.

Estate tranquila, ahora sufres como nosotros, con nosotros, pero te prometo que a través de todo esto no te olvidamos, al contrario: te tenemos más ganas que nunca.

¡Nos vemos pronto Madrid!

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