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Brujas es de verdad, aunque es tan bella que a veces no lo parece

Una de las ciudades más conocidas de Europa que, sin duda, merece serlo.

Una de las ciudades más conocidas de Europa que, sin duda, merece serlo.
La magia de Brujas

Nadie en su sano juicio podría negar la belleza de Brujas, sin duda alguna una de las ciudades más hermosas Europa. Pero sí que hay bastante gente, en su sano juicio y en su derecho, que dicen que la joya de Flandes -esa región tan relacionada históricamente con España- es "demasiado de postal", lo que dicho sea de paso me parece uno de los defectos más tolerables que pueda tener un destino turístico.

Hay que admitir que Brujas es capaz de transmitir cierto sentimiento de irrealidad o de decorado –una sensación tipo, "joder, no puede ser que esto sea tan bonito", que es una frase que se nos puede escapar en varios lugares- pero a despecho de ese momento de incredulidad resulta que Brujas es de verdad, y en ella vive la gente y no todos son turistas aunque, sí, hay muchos como no podía ser de otra forma.

De plazas y plazuelas

Brujas se nos presenta, por así decirlo, en dos grandes ejes: por un lado las plazas, la Grote Markt y el Burg, donde está la parte más monumental de la ciudad; y por otro los canales en los que está la parte más íntima, casi de cuento.

Empezamos por las plazas: entre una y otra hay un recorrido de unos pocos metros y, de hecho, si llegamos desde la segunda -tras habernos quedado con la boca abierta con el Ayuntamiento- vamos viendo la primera incluso antes de entrar, y se nos va abriendo y nos va mostrando su belleza desde la calle que le da acceso.

Y es que esta gran plaza central no sólo tiene la belleza de una serie de edificios impactante, sino también la vitalidad de una ciudad vibrante: grupos de jóvenes viajeros la jalonan aquí y allá, la gente se hace selfis mirando hacia los cuatro puntos cardinales, los carruajes esperan al turista que ira esa experiencia especial y los indígenas pasan en bicicleta de acá para allá, sin dar mucha importancia a lo que tienen y a lo que ocurre a su alrededor.

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Alrededor de estas grandes plazas se desparraman algunas calles hermosas y llenas de tiendas, un poco turísticas sí, pero también deliciosas. Y daremos también en algunas placitas más pequeñas y encantadoras, y encontraremos iglesias góticas de paredes sencillas y barrocos altares en las que nos esperan maravillas como la Virgen y el Niño, una de las pocas esculturas de Miguel Ángel fuera de Italia.

Y, por supuesto, de canales

La otra Brujas, que al fin y al cabo es la misma, es la de los canales, que podemos recorrer de varias formas: paseando por su orillas, atravesándolos por los muchísimos puentes y, por supuesto, en los tradicionales recorridos en barca.

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Estos paseos duran unos tres cuartos de hora y son lo suficientemente exhaustivos como para llevarnos una impresión bastante completa de lo que es esa Brujas acuática o, mejor, anfibia: disfrutaremos del lento navegar, haremos muchas fotos y aún anotaremos mentalmente algunos puntos a los que volver en busca de más imágenes.

La fotografía es, por cierto, una afición que se convertirá en pasión si la ejercen en Brujas –como en otras muchas ciudades de Flandes, por cierto-: no hay calle en la que no encuentre uno muchas perspectivas que deseamos tener en nuestra cámara y, sobre todo, es increíble la cantidad de rincones fotogénicos que nos esperan y que una vez y otra nos pillan desprevenidos y que nos sorprenderán con una belleza que necesitaremos imperiosamente llevarnos a casa aunque sea en la pequeña copia digital.

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No es un tópico: desde los pequeños beguinarios de casas blancas hasta jardines en la parte trasera de las iglesias, pasando por pequeños callejones que mueren en un canal junto a una pequeña y preciosa casita típica.

Es, quizá, el encanto desconocido de Brujas, esa ciudad que ya sabemos que es tan bella que puede parecer falsa, que es absolutamente fotogénica pero en la que, si se saben buscar, se pueden encontrar rincones tranquilos, alejados del bullicio turístico y en los que darse cuenta de que detrás del presunto decorado hay otra realidad tan hermosa como la primera y que, sobre todo, nos deja muy claro que Brujas es de verdad, por supuesto, cómo no podría serlo, cómo alguien podría haber imaginado algo tan increíble.

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