Es cierto que el GP de Gran Bretaña lo ganó con mano de hierro Lewis Hamilton, y eso que las condiciones meteorológicas no se lo pusieron fácil. También es cierto que el líder del Mundial, al menos hasta ahora, sigue siendo el alemán Nico Rosberg, pero ya todos miran de reojo al jovencito de la parrilla, Max Verstappen. No porque inquiete a Mercedes en su objetivo de revalidar el título esta temporada, no, sino porque tal logro puede estar más cerca de lo que muchos se piensan. Ha nacido una bestia, un chaval que conduce como un veterano, que lee las carreras como un campeón y que tiene la sangre y la ganas de alguien que empieza.

Nadie diría que esta es su segunda temporada y que tan sólo lleva varios grandes premios con un monoplaza pata negra, un Red Bull. Desde que el jefazo de la escudería del toro, Dietrich Mateschitz, le diera una de sus joyas Verstappen no ha dejado de brillar. Ganó la primera carrera del año para Red Bull, convirtiéndose en el piloto más joven de la historia en anotarse un gran premio, ya no es un novedad el podio para él y ha dejado atrás en clasificación y en carrera al que hasta ahora llevaba los galones de primer piloto del equipo Red Bull, Daniel Ricciardo.

En Silverstone, donde se coló entre los Mercedes en el podio, supo mantener el coche en pista bajo la lluvia e incluso ganarle terreno a Rosberg, tuvo tiento con los lisos cuando la pista empezó a secarse y todo con una normalidad que abruma y que asusta a los pilotos de la parrilla. Los que un día fueron las jóvenes promesas, los nuevos chicos de la fórmula uno se han quedado viejos. Fernando Alonso, Sebastian Vettel y Lewis Hamilton no volverán a tener el hambre de ganar que se tiene cuando te sabes muy bueno y todavía no tienes cumplidos los veinte años. Esa mezcla de talento, juventud y madurez hacen de Verstappen el futuro de este deporte. Incluso tiene ese punto de arrogancia que tienen los campeones.

Nos caiga bien, mal o regular, apunten y apuesten por Verstappen porque no se equivocarán.