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Mi Lado Oscuro

Decía en mi entrada anterior que mis vínculos con el rock no son únicamente musical. Desde pequeña sentí afinidades estéticas y vitales que van más allá del deleite sonoro. Ya con 12 años decidí (en uno de esos posicionamientos maniqueos y partidistas que parecen tan importantes cuando eres adolescente) que me quedaba con el lado salvaje de los rockers y los Hell’s Angels antes que con las amables propuestas hippies de los hijos de las flores. Y esa decisión ha marcado mi sentido de la vida. Eso es lo que hizo que el Punk tuviera sentido. Eso te coloca en el punto de mira de lo políticamente correcto y ya no hay marcha atrás. Con la llegada de los años 90 me reconcilié con el pensamiento humanista de la década de los 60. Las causas fueron mi entrada en la treintena y el disfrute de un mundo interior más rico gracias a los estados de gracia producidos por sustancias portentosamente empatógenas.

Aún así tengo mi lado oscuro, ese que tan bien conoces y que hace que me ponga insolente con los porteros de discoteca o con los policías, que hace que me enfrente a una pandilla que se mete con una amiga travesti sin medir las consecuencias. Menos mal que es un área de mi ser muy dormida, porque cuando despierta doy miedo.
Ahora la tengo a flor de piel porque he estado inmensa en el disfrute de los capítulos de la serie de televisión “Sons of Anarchy”, una trama entre “shakesperiana” y “sopranizada” sobre la vida de un club de motoristas, con sus historias al margen de la ley, sus códigos de honor y toda la parafernalia. No conseguí que pasaras del primer capítulo, no compartes este lado oscuro mío, ni mi fascinación por estas organizaciones paramilitares, donde se cuestiona cualquier norma de autoridad fuera de la hermandad. Reconozco que hay una línea muy peligrosa y desdibujada entre ese concepto de conservar la libertad individual sin que importen las acciones que haya que llevar a cabo para mantenerla y la violación de derechos humanos. Es como en las sociedades secretas, que también me obsesionan. O el mundo de los superhéroes de comic, el de los vigilantes y luchadores enmascarados que se toman la justicia por su mano.

Bueno, el caso es que estar todo el tiempo viendo capítulos de esta serie me ha traído a la memoria momentos de mi vida relacionados con esta filia. Me recuerdo con doce años viendo fotos y películas de rockers de los años 50, y pensando en lo guapos y chulos que estaban con sus tupés y cazadoras de cuero. Y me viene a la mente la primera vez que leí algo sobre los Hell’s Angels, protagonistas de historias poco amables en aquel universo hippie de paz y amor. Entonces había por Madrid una banda de rockers que se conocía con el nombre de Los Carpios (salieron en una portada de la revista Star que guardo junto a otros tesoros). No tengo ni idea de si eran verdaderas o legendarias las actividades delictivas que se les imputaban (bueno, creo que acabaron en la cárcel), pero yo les miraba a distancia soñando en secreto ser parte de su grupo. Luego coincidí en mi último año de colegio con una chica más mayor, repetidora de curso en más de una ocasión, y con gran vocación para la maldad. Tenía otra amiga mayor y los Kaka de Luxe les pusimos de sobrenombre Las Carpias. Ignoro si consiguieron triunfar como extorsionadoras y ladronas, les perdí la pista en cuando acabó el curso. Me recuerdo planeando con ellas algún acto terrible y sintiéndome fatal por ser incapaz de llevarlo a cabo. Por eso siempre me han gustado las malas de ficción, reflejan todo lo que yo no soy (o que no me atrevo a ser, que es peor).

Por la misma época conocí a Alberto García Alix, jovencísimo y ya con su cámara en la mano captándolo todo en blanco y negro. Tan guapo, tan elegante Por supuesto que tuve un “enamoramiento platónico adolescente” con él, supongo que como cualquier mujer de buen gusto. Alberto ha sido irresistible, con ese lema de “no me sigas, que estoy perdido”, lo que ha conseguido es que todas vayan detrás de él.

Con Alberto y con otras personas que formaron parte de mi vida tuve relaciones suficientemente cercanas con los grupos de motoristas, primero con los Centuriones, después con los Ángeles del Infierno. Sabes que a alguno de ellos lo quiero de forma incondicional, como a Perico. Sé lo que es pertenecer a un capítulo, la simbología del 1%, reconozco el sonido de una Harley. Conoces todo el anecdotario porque te lo he contado, los encuentros y desencuentros, las noches en La Mala Fama, los artículos escritos en El Canto de la Tripulación, el concierto benéfico para comprarle una moto a Alberto, el episodio que sufrieron en sus carnes (nunca mejor dicho) los Depeche Mode por propasarse con mis chicos…

Lamento que mi pasión estética por el mundo de la moto esté reñida con la realidad, pues me da pánico subirme hasta en un ciclomotor. Si fuera millonaria compraría Harleys, disfrutaría viéndolas y regalándoselas a los amigos, pero nunca podría conducir una. Y no me identifico con el sentimiento de libertad que da ir en tu moto y dormir bajo las estrellas. Soy demasiado urbanita.

Tampoco encajo en ese mundo tan heterosexual y misógino. Yo soñaba con ser un Ángel del Infierno, no la chica de uno de ellos. De hecho, cuando me pongo chunga, yo también me vuelvo un poco misógina, no aguanto a las chicas, me interesa echar pulsos con los chicos, hacer guantes, beber con ellos… te imaginarás que con lo poco hetero que soy en cuanto a comportamiento, esas ráfagas me duran poco, me aburro enseguida, necesito mariconeo y sentido del humor. Y mariconeo es lo último que se contempla en ese mundo. Soy demasiado maricón para codearme con los chicos malos, y, sobre todo, para consentir maltrato verbal o físico a mis semejantes. Eso, sí, de vez en cuando necesito tomarme un tequila o un Jack Daniels y comportarme como una Doña Bárbara, el personaje cumbre de María Félix.

Musicalmente, y por eso esta entrada de blog es continuación de la anterior, hay mucho fundamentalismo imposible de solventar para alguien como yo. El rock’n’roll y algunas derivaciones poco atrevidas son lo único que se admite, y en cuanto un cantante es un poco mono ya es un “moña”.

He mencionado el tequila y el whisky sureño, que me hacen pensar en el country y la ranchera, la música de los vaqueros norteamericanos angloparlantes e hispanoparlantes, respectivamente. En el fondo, los códigos de honor y aspiraciones de un Ángel del Infierno no son distintos a los de un cowboy del siglo pasado. El hombre solitario que soluciona sus asuntos con una pistola. El country y la ranchera son otras dos pasiones que no comparto contigo. A veces llegas a casa y me pillas escuchando a Johhny Cash o a José Alfredo Jiménez, dos dioses absolutos. Ni los cardados y el perímetro pectoral desaforado de Dolly Parton han servido para captar tu atención por las canciones.

Bueno, cariño, ya sabes con quien duermes. Y puedes dormir tranquilo, porque ya sabes lo peleona que me pongo cuando tocan a mi familia.

Vamos a usar este espacio para comunicarnos, dejarnos recados, enseñarnos las fotos y noticias que descubrimos... para contarnos todas esas cosas que no nos da tiempo a comentar en el día a día. Esto es, en definitiva, un blog cerrado al que sólo tenemos acceso nosotros dos, una extensión de nuestra vida

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